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Cerebus the Aardvark pasa de parodia a épica controvertida
Cerebus the Aardvark comienza en 1977 como una sátira directa del género de espada y brujería, encarnado en la figura de un cerdo hormiguero mercenario y cínico. Sin embargo, bajo la mano única de su creador, Dave Sim, la serie emprende un viaje transformador a lo largo de sus 300 números recopilados. Lo que inicia como una simple parodia de Conan el Bárbaro se convierte gradualmente en una densa novela gráfica que utiliza su mundo fantástico para diseccionar con crudeza temas como la mecánica del poder político, los fundamentos de la religión y la naturaleza de la creación artística, todo ello filtrado por la filosofía personal y cada vez más polémica del autor.
La evolución artística como narrativa
El viaje de Cerebus no es solo temático, sino también visual. El arte de Dave Sim evoluciona de manera radical y consciente a lo largo de la saga. Abandona progresivamente el estilo caricaturesco y de trazo suelto de los primeros números para adoptar un dibujo de una complejidad y detalle obsesivos. Esta transformación alcanza su cénit con la incorporación del fondista Gerhard alrededor del número 65, quien aporta fondos arquitectónicos de un realismo y una precisión geométrica abrumadores. El contraste entre el personaje caricaturesco y estos entornos fotorrealistas en blanco y negro se convierte en una parte fundamental de la experiencia, creando una sensación única de inmersión y, a veces, de claustrofobia.
Legado y controversia inseparable
La obra de Sim es considerada un hito de la historieta independiente por su ambición ciclópea y su logro artístico técnico, manteniendo una publicación mensual ininterrumpida durante 26 años. Sin embargo, su legado es inseparable de la controversia. Las posturas personales del autor, especialmente sus puntos de vista sobre las relaciones de género y la feminidad que se plasman abiertamente en la segunda mitad de la serie, han generado un intenso debate y han ensombrecido para muchos la recepción de la obra. Cerebus se erige así como un monumento fascinante y a la vez incómodo, un experimento narrativo y gráfico sin parangón que desafía al lector a separar, o a confrontar, al artista de su arte.
Es el cómic que demuestra que incluso un cerdo hormiguero barbudo puede protagonizar la epopeya más compleja y discutida del noveno arte, aunque luego pase páginas y páginas debatiendo sobre teología y política en una taberna minuciosamente renderizada.