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Un viaje visual y cultural por la Ruta de la Seda con Otoyomegatari
Otoyomegatari, de Kaoru Mori, es mucho más que una simple historia. Nos transporta directamente al corazón de Asia Central del siglo XIX, presentándonos una trama que, partiendo de la unión entre la joven Amir y el adolescente Karluk, se expande para pintar un retrato vívido y respetuoso de las culturas que florecían a lo largo de la antigua Ruta de la Seda. La narrativa se desarrolla con una paciencia y una observación minuciosa que invitan al lector a sumergirse en el ritmo de la vida cotidiana de la época, explorando tradiciones, relaciones familiares y el valor del trabajo artesanal con una sensibilidad extraordinaria.
Una proeza artística sin igual
Si hay un elemento que define y eleva esta obra, es su arte. Kaoru Mori realiza un trabajo de documentación y dibujo que raya en lo obsesivo, dedicando páginas enteras a desglosar con amoroso detalle los intrincados patrones de un bordado, la textura de una alfombra o la compleja estructura de una yurta. Cada viñeta es un testimonio de este esfuerzo, donde la belleza reside en la precisión con la que captura los drapeados de la seda, los detalles de la orfebrería y la expresividad serena de los personajes. Esta dedicación no es solo decorativa, sino que sirve como un lenguaje visual fundamental para comprender y apreciar la cultura que retrata.
Más allá de la historia central
Aunque la relación entre Amir y Karluk sirve como el eje inicial, la historia pronto se ramifica para seguir las vidas de otros personajes en diferentes puntos de la región. Este enfoque coral permite a la autora mostrar la diversidad de costumbres, desde tribus nómadas hasta asentamientos más establecidos, siempre con un profundo respeto antropológico. La obra aborda temas universales como el amor, la familia, la independencia y el choque entre tradición y cambio, pero siempre anclados en su contexto histórico y social específico, evitando juicios fáciles y ofreciendo una perspectiva rica y matizada.
Es el único cómic donde pasas más tiempo admirando el dibujo de una tetera o de un tapiz que la trama en sí, y sales de la lectura con ganas de bordar tu propia alfombra y montar una yurta en el salón. Una auténtica masterclass de paciencia, tanto para la dibujante como para el lector que se deleita con cada página.
