La Niña Blanca | La sombra que nunca se fue de Brunete
En los pasillos de la antigua escuela de Brunete, un frío repentino congela el aliento de quienes se atreven a cruzar sus umbrales después del ocaso. No es el frío del invierno, sino algo más profundo, algo que se arrastra desde las entrañas de la tierra y se adhiere a la piel como un sudor helado. Los testigos juran haber visto una figura pálida deslizarse entre las sombras, una niña vestida de blanco inmaculado que observa con ojos vacíos desde los rincones más oscuros. Su presencia viene acompañada por susurros que no provienen de boca humana, voces que murmuran nombres de soldados caídos en lenguas olvidadas.
El origen del horror
La Guerra Civil Española dejó cicatrices que el tiempo no ha podido cerrar, y en Brunete la tierra aún recuerda el sonido de los obuses y los gritos de agonía. Cuentan los más viejos del lugar que la niña era hija de un oficial republicano, atrapada en el fuego cruzado durante uno de los enfrentamientos más sangrientos. Su espíritu se negó a abandonar el escenario de su tragedia, condenada a repetir eternamente su búsqueda desesperada por un padre que nunca regresó. Las paredes de la vieja escuela aún conservan las marcas de balas, y en las noches de luna llena, manchas oscuras reaparecen en el suelo como si la sangre jamás se hubiese secado.
Los que la han encontrado
Los relatos de los encuentros con la entidad comparten patrones aterradores. Primero llega el olor a tierra húmeda y pólvora, luego una sensación de being watched que hace erizar el vello de la nuca. Algunos han visto sus pies descalzos flotando centímetros sobre el suelo, dejando un rastro de escarcha en su camino. Otros afirman haber escuchado su llanto, un sonido que no debería provenir de una criatura de este mundo, un lamento que se filtra en los sueños y permanece días después del encuentro. Los más desafortunados describen cómo su rostro, inicialmente angelical, se transforma de repente en una máscara descompuesta con ojos sangrantes y una sonrisa que promete locura.
Quizás lo más terrorífico es comprender que en España no necesitamos inventar fantasmas, porque la tierra misma los genera desde las fosas comunes que nunca fueron abiertas. La próxima vez que visites un pueblo abandonado y sientas que alguien te observa desde las ventanas rotas, recuerda que la historia tiene formas macabras de asegurarse de que no olvidemos, aunque el precio sea nuestra cordura.