Black religion in the madhouse y el diagnóstico psiquiátrico racista
En su libro Black Religion in the Madhouse, Judith Weisenfeld expone cómo tras la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, psiquiatras de la época utilizaron diagnósticos médicos para patologizar las prácticas religiosas de las comunidades negras. Este proceso no fue neutral, sino que reflejó y reforzó ideologías racistas, clasificando como enfermedades mentales expresiones espirituales que simplemente no encajaban en los estándares blancos protestantes dominantes. La medicalización de estas prácticas sirvió como herramienta de control social, justificando la internación de individuos en instituciones psiquiátricas y desacreditando sus sistemas de creencias.
La construcción de la enfermedad mental en comunidades negras
Los psiquiatras de finales del siglo XIX y principios del XX desarrollaron teorías que vinculaban ciertas manifestaciones religiosas negras, como el éxtasis espiritual o las visiones, con patologías como la demencia precoz o la histeria. Argumentaban que estas comunidades eran inherentemente más propensas a desórdenes mentales debido a su "naturaleza primitiva", ignorando por completo el contexto histórico de opresión y la rica tradición cultural que subyacía en sus prácticas. Este enfoque no solo invalidaba experiencias religiosas legítimas, sino que también facilitaba la marginación sistemática, al etiquetar la diferencia cultural como síntoma de locura.
Consecuencias y legado de la patologización racial
La clasificación psiquiátrica racista tuvo efectos devastadores en las vidas de muchas personas negras, quienes fueron separadas de sus familias y comunidades bajo el pretexto de recibir tratamiento. Además, esta medicalización contribuyó a estereotipos perdurables que asociaban la espiritualidad negra con la irracionalidad o la peligrosidad. Weisenfeld muestra cómo este fenómeno forma parte de un patrón más amplio en el que la ciencia y la medicina se han utilizado para sostener jerarquías raciales, un legado que aún resuena en las discusiones contemporáneas sobre salud mental y justicia racial.
Resulta irónico que quienes diagnosticaban locura en otros fueran incapaces de ver su propia obsesión por controlar y dominar, una ceguera que quizás merecería su propio diagnóstico en los manuales de psiquiatría.