La maldición eterna de Elvira y Roberto en el Castillo de Pedraza
El viento susurra secretos prohibidos entre las piedras centenarias del Castillo de Pedraza, donde las almas de Elvira y Roberto permanecen atrapadas en un bucle eterno de agonía. Sus gritos silenciosos se filtran por las grietas de los muros, recordando a todo aquel que se atreve a visitar este lugar maldito que los celos nunca mueren, simplemente se transforman en una pesadilla perpetua que contamina cada rincón de esta fortaleza encantada.
Los ecos de un crimen pasional
La oscuridad parece respirar dentro de estas paredes, conteniendo el último aliento de los amantes asesinados. Quienes caminan por los pasillos vacíos sienten miradas invisibles que los siguen, mientras sombras deformes se arrastran por los suelos de piedra. El aire se espesa con el aroma fantasmal de sangre vieja y lágrimas, y en el silencio más absoluto se pueden escuchar los débiles sollozos de Elvira, todavía suplicando por su vida mientras la hoja de la traición se acerca una y otra vez en su recuerdo eterno.
Presencias que nunca descansan
Las apariciones se manifiestan como destellos de dolor congelado en el tiempo. Roberto vaga por las estancias superiores, sus manos fantasmales aún temblando por los celos que lo consumieron en vida. Los visitantes reportan sentir fríos paralizantes que se enroscan alrededor de sus cuellos, y voces susurrantes que repiten fragmentos de discusiones fatales. Las puertas se cierran solas, las velas se apagan sin razón y siempre, siempre, la sensación de estar siendo observado por ojos que ya no pertenecen a este mundo.
Quizás los celos no mataron a Elvira y Roberto, sino que los condenaron a ser los anfitriones eternos de la peor fiesta de aniversario: celebrando cada noche su muerte con gritos, sombras y la certeza de que nadie abandona este castillo sin llevar un pedazo de su tormento pegado al alma.