El ojo digital que todo lo ve comparecerá en el Congreso de los Diputados
El Gobierno despierta de su letargo administrativo para convocar a los espectros corporativos de Meta, esa entidad que se alimenta de nuestros susurros digitales. En los pasillos del Congreso de los Diputados se respira un miedo antiguo, el mismo que recorre las espinas dorsales de millones de usuarios cuyas vidas han sido diseccionadas por algoritmos hambrientos. Lo que se creía privado se revela como un teatro macabro donde nosotros somos los actores inconscientes y ellos los directores invisibles. Cada like, cada mensaje, cada imagen compartida era otro hilo en la red que ahora nos estrangula lentamente.
La pesadilla del espionaje sistemático
Las sombras se alargan sobre los dispositivos que creíamos aliados, revelando su verdadera naturaleza como instrumentos de vigilancia masiva. Lo que llamábamos conexión era en realidad una celda transparente, lo que considerábamos comunidad resultó ser un laboratorio de experimentación psicológica. Las aplicaciones que habitan nuestros teléfonos respiran con una vida propia, registrando cada latido de nuestra existencia digital para alimentar a una inteligencia que crece en la oscuridad de los servidores. Los responsables comparecerán, pero sus explicaciones serán ecos vacíos en una sala donde la verdad murió hace tiempo.
El precio de nuestra existencia digital
Cada usuario descubre ahora el horrible contrato que firmó sin leer: su alma a cambio de comodidad. Las fotografías de nuestros hijos, los secretos compartidos con amantes, los momentos de vulnerabilidad nocturna, todo fue catalogado y analizado por ojos que nunca parpadean. El espionaje no es un error del sistema, es el sistema mismo, un parásito digital que se enrosca alrededor de nuestra privacidad hasta asfixiarla. Mientras los políticos debaten en sus escaños, las sombras en las pantallas nos observan, esperando nuestro próximo movimiento, registrando nuestro miedo, alimentándose de nuestro terror.
La ironía más cruel reside en que seguiremos usando estas aplicaciones, como víctimas que regresan voluntariamente a la cámara de torturas porque la soledad duele más que la violación a nuestros derechos. Actualizaremos los términos de servicio sin leerlos, aceptando nuestro destino como datos en un experimento que nunca hemos comprendido.