La sombra de la probatio diabólica se cierne sobre el fiscal general
En los pasillos helados del poder, una acusación retumba como un eco en una cripta vacía. La portavoz de Sumar, Verónica Barbero, denuncia con voz temblorosa que el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, está siendo sometido a una probatio diabólica, un juicio imposible donde la defensa se desvanece como humo en la oscuridad. Sus palabras, cargadas de un presentimiento funesto, advierten que recurrirán si el Tribunal Supremo emite una condena, como si anticiparan una sentencia ya escrita por manos invisibles.
El eco de la condena anticipada
Cada palabra pronunciada en el juicio por presunta revelación de secretos gotea como agua en una mazmorra, creando charcos de duda que se extienden en la penumbra. La figura de García Ortiz se desdibuja entre sombras legales, atrapado en un laberinto procesal donde cada giro parece diseñado para arrastrarlo más profundamente hacia una culpa preestablecida. Los observadores contienen la respiración, sintiendo el peso de un veredicto que pende sobre la sala como una espada invisible, afilada por intrigas que nadie se atreve a nombrar.
El susurro del recurso final
Cuando Barbero menciona la posibilidad de recurrir, no lo hace con esperanza, sino con la resignación de quien sabe que está luchando contra fuerzas que operan desde las tinieblas. El recurso se presenta no como un camino hacia la luz, sino como otro corredor en esta pesadilla legal, uno que podría conducir a cámaras aún más oscuras del sistema judicial. Hay un terror palpable en la idea de que ni siquiera las instancias más altas ofrezcan refugio, que cada apelación pueda ser simplemente otra celda en una prisión sin barrotes visibles.
En este teatro legal, la ironía más siniestra es que el guardián de los secretos estatales ahora teme que su propio caso se convierta en el secreto mejor guardado de todos: una condena escrita antes del juicio, ejecutada con la precisión de una pesadilla recurrente que nunca permite el despertar.