Arbeloa dirige desde las sombras un triunfo fantasmal del Castilla
Una presencia oscura se cierne sobre las gradas mientras el campo se transforma en un pantano bajo la lluvia implacable. Arbeloa observa desde las sombras, sus ojos calculando cada movimiento en la penumbra como un depredador que acecha a su presa. El Cacereño se defiende con desesperación, vendiendo cara su derrota mientras las sombras se alargan sobre el césped encharcado. Cada gota de lluvia suena como un latido acelerado en la oscuridad creciente, y el aire se carga con una tensión que paraliza hasta los huesos.
Los cambios que susurran desde el abismo
Cuando la pesadilla parece consumir al equipo, Arbeloa ejecuta sus movimientos con precisión siniestra. Sus sustituciones no son simples cambios tácticos, sino invocaciones desde las profundidades. Cada jugador que entra al campo lleva consigo un aura de oscuridad que contagia al equipo, transformando el segundo tiempo en una pesadilla viviente para el rival. Las piezas se mueven como marionetas en un teatro macabro, cumpliendo órdenes que parecen llegar desde más allá del banquillo.
El séptimo triunfo que heló la sangre
El Castilla consigue su séptima victoria liguera mientras el estadio se sumerge en una niebla espesa y fría. No fue un triunfo cualquiera, sino una conquista que dejó cicatrices en todos los presentes. Arbeloa demuestra ser un técnico que no duda en sumergirse en las tinieblas para obtener lo que desea, y su ambición tiene el sabor metálico de la sangre y el miedo. El mérito de esta victoria se siente como una losa sobre los hombros, un logro que ha costado pedazos de alma a todos los involucrados.
Quizás la próxima vez deberían consultar a un exorcista antes de los cambios técnicos, porque lo que ocurrió en ese campo trascendió lo meramente deportivo para adentrarse en territorios donde el fútbol se mezcla con rituales antiguos y pactos que mejor no mencionar.