El eco de voces antiguas en el Teatro Romano de Mérida
	
	
		Cuando la luna se oculta y la oscuridad se adueña del Teatro Romano de Mérida, algo más que silencio habita entre sus piedras milenarias. Los visitantes nocturnos, aquellos que se atreven a desafiar el toque de queda no escrito, relatan una presencia que perturba la quietud de las ruinas. No es un recuerdo, sino una entidad que se aferra a este mundo con una tenacidad aterradora, un espectro que ha convertido el antiguo escenario en su eterno purgatorio.
La aparición del actor sin rostro
Entre las sombras de la orchestra, una figura espectral emerge cuando el reloj marca la medianoche. Su silueta, vestida con ropajes romanos deshilachados por el tiempo, se desliza sobre el mármol desgastado sin hacer ruido alguno. Lo más aterrador no es su naturaleza fantasmal, sino el vacío donde debería estar su rostro: una superficie lisa y pálida que absorbe la poca luz que se filtra entre las columnas. Comienza entonces un monólogo en latín antiguo, con una voz que no proviene de boca alguna, sino que parece emanar de las mismas piedras, un susurro colectivo de todas las almas que alguna vez actuaron en ese escenario y nunca lo abandonaron.
Los versos que paralizan la sangre
Los versos que recita no son meras representaciones teatrales, sino maldiciones olvidadas y textos prohibidos que resonaron en este mismo lugar hace siglos. Quienes han escuchado fragmentos de estas declamaciones describen cómo las palabras se enredan en la mente, repitiéndose en loops interminables que corroen la cordura. Algunos testigos juran que las sombras alrededor del teatro comienzan a moverse al compás de la recitación, formando figuras humanoides que se acercan lentamente a cualquier ser vivo que ose permanecer en las gradas. El aire se espesa hasta hacerse irrespirable, cargado con el perfume decadente de flores marchitas y tierra de tumba antigua.
Dicen los más valientes, o quizás los más insensatos, que si llevas una moneda romana contigo, el actor sin rostro podría incluirte en su obra eterna. Por supuesto, nadie ha regresado para confirmar si es un honor o una condena participar en esta función particularmente interactiva.