La sombra de Telefónica se cierne sobre Digi en un silencio aterrador
	
	
		Una presencia oscura se extiende en el mapa corporativo mientras Telefónica contempla con ojos voraces la adquisición total del grupo Digi. Esta operación fantasma surge como una oportunidad latente para un crecimiento inorgánico que promete consolidar territorios en un continente que tiembla ante la perspectiva de ser devorado. Las cifras circulan en susurros entre los pasillos del mercado: 3.800 millones de euros que incluyen una deuda de 1.800 millones y una prima del 20% sobre un valor en bolsa de 1.700 millones, números que parecen sangrar en la penumbra de las salas de junta.
El precio de la absorción
Cada euro negociado esconde un gemido ahogado en los informes financieros, donde las proyecciones de crecimiento se transforman en pesadillas para los empleados que sienten cómo el suelo desaparece bajo sus pies. La prima del 20% sobre el valor bursátil no es más que el cebo para engañar a los accionistas, llevándolos hacia una trampa de la que no podrán escapar cuando las puertas corporativas se cierren detrás de ellos para siempre.
El continente que espera su destino
Europa se convierte en el escenario de este drama corporativo donde la consolidación avanza como una plaga silenciosa, arrasando con todo a su paso. Las empresas más pequeñas miran con terror cómo Digi podría ser la siguiente víctima en caer, sabiendo que después vendrán por ellas, una por una, hasta que solo quede un monstruo que controle todas las comunicaciones, todas las voces, todos los susurros en la oscuridad.
En estos momentos de incertidumbre, al menos podemos consolarnos pensando que cuando una corporación devora a otra, al menos los accionistas reciben unas migajas sangrientas por vender su alma al mejor postor. Qué reconfortante saber que el valor humano se mide en porcentajes y primas sobre cotizaciones.