Caminar cerca de la Ciudad Financiera de Windsor
	
	
		Caminar cerca de la Ciudad Financiera de Windsor es sentir cómo el aire se espesa y el sonido del mundo se desvanece. Estas torres inacabadas no son simples estructuras de hormigón y acero, sino cicatrices en el paisaje urbano que respiran con una presencia antinatural. Sus ventanas vacías parecen observar cada movimiento, mientras el viento silba a través de sus esqueletos metálicos con un sonido que se asemeja a susurros lejanos. Quienes se aventuran demasiado cerca juran haber visto sombras moviéndose detrás de los cristales rotos, figuras que observan desde las alturas con una paciencia sobrenatural. El silencio aquí no es ausencia de sonido, sino una entidad viva que se arrastra bajo la piel y susurra promesas olvidadas directamente en la mente.
Los fantasmas del capitalismo
Dentro de estas torres abandonadas, el tiempo parece haberse detenido en el momento exacto en que el dinero dejó de fluir. Los ascensores permanecen congelados entre pisos, sus cables creando melodías siniestras cuando el viento los azota contra las paredes. Oficinas que nunca albergaron vida humana muestran ahora actividad de otro tipo: papeles que se mueven sin corriente de aire, sillas de ruedas que giran lentamente en la penumbra, y teléfonos que emiten tonos de marcado en plena noche. Los vigilantes nocturnos relatan experiencias que les erizan el vello: voces que discuten cifras y mercados emergiendo de habitaciones vacías, y la sensación constante de ser evaluados por entidades que todavía llevan trajes corporativos.
La respiración del cemento
Al caer la noche, la Ciudad del Silencio comienza su verdadera transformación. Las estructuras parecen inclinarse unas hacia otras, formando un corredor oscuro que atrapa a quienes osan cruzarlo. Las sombras no solo carecen de dueño, sino que parecen tener conciencia propia, deslizándose por las paredes con intenciones desconocidas. El hormigón exhala un frío que traspasa la ropa y llega directamente al alma, mientras ecos de risas corporativas fantasmales resuenan en los pasillos infinitos. Aquí, en este lugar donde las ambiciones humanas murieron, algo más antiguo y hambriento ha tomado residencia, alimentándose de los sueños rotos y las promesas incumplidas que impregnan cada centímetro de este lugar maldito.
Dicen los urbanistas que el mayor terror no son los fantasmas, sino recordar que esta pesadilla arquitectónica fue construida con nuestro propio dinero, lo que significa que técnicamente todos somos propietarios de un pedazo de este infierno.