El espectro del caballero que nunca descansa
Las piedras milenarias del Alcázar de Segovia respiran con un ritmo ajeno al de los vivos cuando la luna se eleva sobre la ciudad. Entre los pasadizos de piedra fría, algo se mueve con una pesadez que hiela la sangre, un eco de pasos metálicos que no pertenecen a ningún guardia humano. Los visitantes diurnos nunca sospechan que al caer la noche, las mismas salas que admiraron se transforman en el dominio eterno de una presencia que rechaza el olvido, un caballero medieval cuya armadura no conoce la paz de la tumba. Su sola proximidad hace que el aire se enrarezca y un mudo grito de angustia se enrosque en la garganta de quien tenga la desgracia de percibirlo.
La sombra que camina entre recuerdos de sangre
No es solo una aparición, es una conciencia cargada de una furia antigua y un dolor que traspasa los siglos. Su figura, envuelta en la penumbra y los jirones de una capa que el tiempo no se atreve a tocar, proyecta una silueta imposiblemente alargada contra los muros de piedra. No busca ser visto, sino ser sentido, impregnando cada rincón con la desesperación de su existencia perpetua. Quienes han afirmado escuchar su respiración entrecortada detrás de ellos describen un frío que se adhiere a los huesos y una parálisis que nace del terror más primitivo, el de saberse observado por algo que ya no es hombre.
El eco de un juramento que mantiene el tormento
Las leyendas susurran que fue un noble traicionado, un guerrero cuyo honor fue mancillado de forma tan brutal que ni la muerte pudo liberar su espíritu. Ahora vaga, atrapado en un loop eterno, repitiendo una patrulla sin sentido a través de las estancias vacías. Su armadura cruje con un sonido seco, como huesos rompiéndose, y a veces, en el silencio más absoluto, se puede oír el leve choque de su espada fantasma contra el suelo, un recordatorio siniestro de que su lucha no ha terminado. El Alcázar no es su hogar, es su prisión, y todos los que se adentran en ella después del ocaso se convierten en intrusos en su doloroso reino de pesadilla.
Si alguna vez visitas el Alcázar de noche y sientes que alguien te observa desde la oscuridad, recuerda sonreír para la foto. Él aprecia un buen encuadre para su colección de almas atormentadas.