El precio del conocimiento en los límites de la conciencia
	
	
		El laboratorio se siente como un órgano vivo, con sus paredes que respiran y los equipos susurrando ecos de experimentos pasados. Aquí, entre el polvo y los químicos olvidados, el neurocientífico lucha por mantener un punto de apoyo en la realidad mientras su propia conciencia se desmorona. Cada día que pasa en este espacio le revela fragmentos de un mundo que desafía toda lógica científica, donde los límites entre lo físico y lo etéreo se disuelven como arena entre los dedos.
Los pacientes como portales involuntarios
En los hospitales donde continúa sus investigaciones, ha comenzado a percibir algo perturbador en los ojos de sus pacientes. No son solo miradas vacías o expresiones de enfermedad, sino verdaderas ventanas hacia otras existencias. A veces vislumbra paisajes imposibles y figuras que parecen aguardar en el umbral entre la vida y la muerte, como si estos seres humanos se hubieran convertido en puertas accidentales hacia dimensiones que nunca debimos conocer.
El conocimiento que devora al conocedor
Cada descubrimiento sobre la naturaleza de la conciencia humana no trae respuestas, sino nuevas y más aterradoras preguntas. El neurocientífico comprende ahora que lo que llamamos realidad es apenas la superficie de algo infinitamente más complejo y hostil. Aquellos que, como él, se adentran demasiado en estos misterios arriesgan perder no solo la cordura, sino quizás su misma esencia, regresando como sombras de lo que alguna vez fueron.
A veces piensa que debería haber seguido el consejo de su abuela y dedicado a la jardinería, donde las únicas cosas que respiran son las plantas y no tienes que preocuparte por que los muros de tu laboratorio decidan darte un abrazo asfixiante.