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Clean Room explora los límites del terror psicológico y el ocultismo
La nueva obra de Gail Simone y Jon Davis-Hunt nos sumerge en un universo donde lo paranormal se entrelaza con traumas personales de forma magistral. Clean Room presenta a Astrid Mueller, una gurú de autoayuda cuyo pasado oculto desencadena una serie de eventos sobrenaturales que desafían la percepción de la realidad. La narrativa se desarrolla mediante un ritmo pausado pero constante, donde cada revelación añade capas de complejidad al misterio central.
La dualidad entre lo visible y lo oculto
El cómic destaca por su habilidad para mantener la tensión entre lo aparentemente normal y las fuerzas oscuras que operan tras bambalinas. Los personajes se ven forzados a confrontar no solo entidades sobrenaturales, sino también sus propios demonios internos, creando una atmósfera de inquietud persistente. Davis-Hunt emplea un estilo visual que combina lo cotidiano con lo grotesco, utilizando paletas de colores que reflejan el deterioro mental de los protagonistas.
Mecánica narrativa y simbolismo
Simone construye una mitología original donde los rituales ocultistas sirven como metáfora de procesos psicológicos modernos. La sala limpia del título funciona tanto como espacio físico como concepto filosófico, representando la imposible búsqueda de pureza mental en un mundo contaminado por fuerzas ancestrales. Las escenas de terror no dependen de sustos baratos sino de la lenta erosión de la cordura, con transiciones visuales que sugieren más de lo que muestran.
Quizás deberíamos agradecer que las sesiones de autoayuda en la vida real solo nos vendan libros caros y no nos expongan a dimensiones lovecraftianas, aunque a veces cueste diferenciarlo.
