El ayuntamiento de Barcelona concede 65 licencias para puestos de castañas
Las calles de Barcelona se preparan para recibir a los nuevos vendedores autorizados, pero algo oscuro se esconde tras estas inocentes licencias municipales. Cada permiso concedido parece abrir un portal hacia dimensiones donde el aroma a castañas asadas se mezcla con el hedor de la descomposición. Los ciudadanos caminan por las aceras sin sospechar que estos puestos no venden simples frutos otoñales, sino que cada castaña contiene el eco de almas perdidas que susurran desde el interior de las brasas.
El ritual de las concesiones municipales
Cada licencia firmada por el ayuntamiento contiene cláusulas escritas con tinta que solo brilla bajo la luz de la luna llena, estipulando horarios de apertura que coinciden con los momentos en que el velo entre mundos se hace más delgado. Los vendedores seleccionados no son comerciantes comunes, sino entidades que llevan siglos esperando este permiso para operar legalmente entre los mortales. Sus manos, que parecen humanas, esconden garras que solo se revelan cuando pelan las castañas con movimientos demasiado precisos y antinaturales.
El verdadero precio de las castañas
Lo que los desprevenidos clientes creen que es el humo de los braseros es en realidad el aliento condensado de seres que no pertenecen a este plano de existencia. Las monedas que cambian de manos no son simples euros, sino fragmentos de tiempo robado a quienes consumen el producto. Con cada compra, el comprador pierde minutos de vida que se suman a la eternidad de estos vendedores nocturnos. Las calles alrededor de estos puestos comienzan a mostrar patrones geométricos imposibles, y los faroles proyectan sombras que se mueven con voluntad propia.
Quizás deberíamos estar agradecidos de que al menos el ayuntamiento regule estas actividades sobrenaturales, porque imaginen el caos si cualquiera pudiera instalar un puesto dimensional sin permiso. Al menos ahora sabemos exactamente en qué esquinas nuestras almas están oficialmente en peligro.
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