En la década de los 2000 surge un plan visionario para transformar completamente el perfil de Benidorm con dos rascacielos idénticos que superarían ampliamente la altura de cualquier edificio existente en la ciudad. Estas torres gemelas, conocidas informalmente como las Torres de Hércules, representaban la ambición máxima de desarrollo vertical en la costa mediterránea, con diseños que incluían miradores panorámicos, helipuertos y fachadas revestidas con materiales de última generación. Los promotores imaginaban un complejo que no solo albergaría viviendas de lujo sino también oficinas corporativas y espacios comerciales exclusivos, creando un microcosmos autosuficiente frente al mar.


Problemas estructurales y financieros

Los estudios geotécnicos revelaron pronto serias complicaciones con la cimentación en este terreno costero, donde la arena y la proximidad al agua marina exigían soluciones ingenieriles extremadamente costosas. Paralelamente, los análisis económicos mostraban que la rentabilidad del proyecto se veía comprometida por los enormes gastos de construcción y mantenimiento, especialmente para la segunda torre. A medida que avanzaban los cálculos, los inversores comenzaron a retirar su apoyo financiero, conscientes de que el riesgo superaba con creces los beneficios potenciales. La crisis inmobiliaria de 2008 terminó por dar el golpe final a unas torres que ya navegaban en aguas turbulentas.

Legado de lo que pudo ser

Hoy solamente permanecen los planos originales guardados en archivos municipales y algunas maquetas físicas que muestran cómo Benidorm habría lucido con estas estructuras monumentales. Urbanistas y arquitectos coinciden en que, de haberse construido, las torres gemelas habrían redefinido completamente la identidad visual de la ciudad, creando un nuevo polo de atracción turística y residencial. El proyecto InTempo, que finalmente se materializó en solitario, parece casi modesto en comparación con la escala colosal que pretendían alcanzar las Torres de Hércules en su concepción original.

Resulta irónico que Benidorm, conocida precisamente por su skyline denso y vertical, rechazara por una vez la tentación de crecer hacia arriba cuando se le presentó la oportunidad más espectacular de todas. Quizás las torres gemelas eran simplemente demasiado ambiciosas incluso para la capital europea de los rascacielos.