Tor Alva se alza en un valle de los Alpes como si un impresor gigante hubiera decidido firmar la montaña con su autógrafo de concreto. Sus casi treinta metros de altura la sitúan como la torre 3D más alta del planeta y como imán para un pueblo que cabría en la sala de espera de cualquier estudio de motion graphics. La estructura pretende combatir la despoblación con visitas diarias, espectáculos y un buen puñado de selfis que certifiquen que la geometría no está reñida con el turismo.

Algoritmo con sabor a pastelería

La silueta recuerda a un pastel de bodas en modo épico, guiño a los confiteros de Graubünden que antaño exportaban dulces por Europa. Treinta y dos columnas blancas suben en cuatro niveles, adelgazando y ramificándose hasta formar una cúpula que parece árbol invertido. El secreto reside en un algoritmo que cocina ornamento y soporte al mismo tiempo, obra del arquitecto Michael Hansmeyer junto al profesor Benjamin Dillenburger.


Hormigón que se autoafirma

Imprimir una torre no es lo mismo que imprimir un llavero, se necesitó un concreto con doble personalidad, maleable al salir de la boquilla y firme al instante para soportar la siguiente capa. El laboratorio de Robert Flatt ideó la mezcla y añadió dos aditivos justo antes de la extrusión, logrando ese relieve de gota que decora cada columna como si fueran churros gigantes esculpidos por la física.

Reforzar sin encofrar

Por primera vez las piezas impresas no son simples carcasas, llevan la carga como campeonas gracias a la estrategia refuerzo que crece. Mientras un robot deposita el material, otro inserta anillos metálicos cada veinte centímetros, más tarde se añaden barras verticales que completan la armadura interna. El proceso, desarrollado con el apoyo de la spin-off Mesh y el grupo Zindel United, permite calcular resistencia con método homologable al hormigón convencional.


Ensayo sobre ruedas

El campus de Hönggerberg imprimió las columnas durante cinco meses en un taller que olía a café y a cemento fresco. Una vez listas, se transportaron por carretera hasta el taller de Savognin para su ensamblaje y desde allí subieron el puerto como si fueran piezas de un LEGO alpino. El montaje final requirió más maniobras de grúa que un rodaje de cine, pero permitió que la torre emergiera sin necesidad de formwork ni pinceles de retoque.

Laboratorio abierto al visitante

Ahora el interior funciona como sala de exhibiciones vertical, una planta baja para la explicación técnica, nivel medio para instalaciones artísticas y terraza superior para panorámicas que hacen sudar a los drones. El plan contempla cinco años en el mismo emplazamiento, aunque la torre puede desarmarse y reubicarse como un gran prop reutilizable. Mientras tanto, cada visita guiada ofrece un crash course sobre fabricación digital sin manual de ensamblaje.


Corazones, ciencia y turismo

El proyecto nace de la alianza entre la fundación cultural Origen y la ETH Zúrich, que ve en la obra un puente entre investigación y obra civil. El consejero federal Guy Parmelin lo definió como recordatorio del legado pastelero y del poder de la colaboración. Por su parte, el director teatral Giovanni Netzer celebra la mezcla de memoria cultural y tecnología, argumento que convierte la torre en estímulo para el sector y en excusa perfecta para alargar la temporada turística.

La torre combina investigación, artesanía y nueva energía para la región

  • Altura aproximada: 30 m
  • Columnas impresas: 32 en 4 niveles
  • Técnica principal: impresión 3D de concreto sin encofrado
  • Refuerzo: anillos metálicos + barras verticales
  • Tiempo de impresión: 5 meses
  • Uso actual: visitas guiadas y espacio cultural itinerante


Las cosas que se pueden ver en impresión 3D son cada vez más sorprendentes.