Las redes están llenas de historias truculentas que se venden como sucesos reales, pero que en realidad salen de algoritmos con mucha imaginación y cero remordimientos. Plataformas de vídeo y audio alojan narraciones sobre asesinatos imposibles que suceden en pueblos que nadie encuentra en el mapa. Las imágenes, generadas por IA, muestran escenas congeladas donde todo parece verídico salvo el pequeño detalle de que nunca ocurrió. Entre visualizaciones y reacciones, estos relatos inventados suman miles de reproducciones como si fueran las noticias del día.

Del teclado a la escena del crimen virtual

El proceso es simple, un creador introduce indicios morbosos en un chat de IA y recibe un guion repleto de giros absurdos, víctimas con nombres exóticos y romances prohibidos. Después, otro modelo genera la fotografía definitiva, un salón con cinta policial, una linterna tirada y un charco sospechoso iluminado dramáticamente. El vídeo resultante se sube a la plataforma de moda y el título promete el crimen más espeluznante jamás contado. Con suerte, nadie se preguntará por qué ningún periódico local cubrió semejante tragedia.


Titulares para templar nervios

Los amantes del sensacionalismo no tienen que buscar mucho para encontrar su dosis. Abundan titulares como:
  • Romance gay secreto termina en asesinato aterrador
  • Madre con doble vida envenena a su vecina adolescente
  • Viaje escolar acaba en ritual satánico perdido


Cada frase compite por ser más exagerada que la anterior y convierte la tragedia ficticia en un anzuelo perfecto para el algoritmo, siempre hambriento de novedades ruidosas.

Un dilema con más capas que una cebolla

La ética periodística se diluye cuando la historia la redacta una máquina y no hay familiares que puedan quejarse de la representación. Algunos defensores alegan que, si todo es inventado, no hay daño real. Otros recuerdan que los espectadores confían en la etiqueta true crime para informarse y no para participar en un juego de adivinanzas. La línea entre entretenimiento y desinformación se vuelve borrosa, sobre todo cuando una parte de la audiencia no nota la diferencia o, peor aún, no quiere notarla.


Cuando la ficción golpea la realidad

Entre algoritmos que premian la cantidad y creadores que aprovechan la carrera por la monetización, el género true crime experimenta una mutación curiosa, deja de documentar hechos para fabricarlos como churros digitales. El problema no es solo la calidad dudosa, sino la posible erosión de la confianza en las historias auténticas. Al final, la verdadera víctima podría ser la credibilidad, que se desangra lentamente mientras los clics siguen acumulándose como pistas falsas en un caso que nadie investiga.